Es curioso. Hace unos días terminaba de leer una obra dramática española y era la primera vez no me imaginaba a ciertos actores ejecutando el texto en mi cabeza. Siempre quise ser directora de casting y por primera vez en muchos años estaba en blanco. Pensé, quizá, que pudiera ser porque eran unos personajes muy característicos o porque llevaba mucho tiempo sin ver producto nacional. También, pensé, que era porque llegaba un fin de ciclo. El momento de cerrar una etapa y comenzar a andar otros caminos. Hoy, después de ver ‘¿A quién te llevarías a una isla desierta?’, me he acordado de mis sueños y he llorado.
Con muchos prejuicios, me he enfrentado a una película sencilla, convincente y real. Estrenada en Netflix el pasado 12 de abril, esperaba poco de ‘¿A quién te llevarías a una isla desierta?’ y la decepción ha sido grande. Esta vez no se trata de la decepción de la obra o de las expectativas creadas. No. Esta vez la decepción viene de mí misma por snob cultural, por hater, por presuponer que iba a adentrarme a un producto audiovisual firmado por un niño pijo y no a un largometraje capaz de dejarme con el cuerpo y el alma destrozados durante horas.
Con premiere en la última edición del Festival de Málaga y sin estreno en salas (aquí sí, ¡gracias Netflix) ‘¿A quién te llevarías a una isla desierta?’ va a ser recordada como la película de los millennials y Jota Linares, su director, como el representante de una generación perdida. Adultos entre los 35 – 25 que nos queríamos comer el mundo y que la crisis económica nos ha devorado. Jóvenes con sueños que hemos tenido que abandonar y que aparcar si queríamos crecer como personas, si queríamos avanzar.
Basada en la obra de teatro homónima escrita por Jota Linares y Paco Anaya, y estrenada en la Sala Off del Teatro Lara, ‘¿A quién te llevarías a una isla desierta?’ juega muy bien las cartas sobre los espectadores. Si durante la primera media hora piensas que estás frente a unos niñatos petulantes y pijos (hay que reconocer que los que hemos estudiado en Madrid somos unos privilegiados, unos por ser nacidos aquí, otros por tener a mamá y papá) a los sesenta minutos la película da un giro de ciento ochenta grados sobre los personajes y se va destapando la mierda. ¿Quién no ha tenido un amor callado? ¿Quién no se ha arrepentido de un polvo? ¿Quién no ha llorado por las esquinas por no poder conseguir trabajar en lo que más quiere en la vida? Al fin de cuentas debíamos ir a la universidad, ¿no?. Si nuestros padres habían trabajado duro, ¿por qué nosotros íbamos a conformarnos con trabajos mediocres? ¡He aquí la gran trampa mortífera de nuestra generación! Asumir que ‘¿A quién te llevarías a una isla desierta?’ nos representa es asumir mucho, pero de eso va el cine: no siempre tiene que agradar a todos. Así que hoy pido perdón y doy las gracias a Jota Linares por hacernos ver que mal de muchos siempre es consuelo de tontos. Eso sí, de tontos un poco más aliviados.
Lo Cuento 
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